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Globalización, migraciones y urbanización
La aceleración del proceso de urbanización en el mundo se debe en
buena medida al incremento de las migraciones rural-urbanas,
frecuentemente debidas a la expulsión de mano de obra de la agricultura
por la modernización de la misma, siendo asimismo consecuencia de los
procesos de industrialización y de crecimiento de la economía informal
en las áreas metropolitanas de los países en desarrollo (2). Aunque las
estadísticas varían según los países, los cálculos de Findley para una
serie de países en vías de desarrollo indican que, en promedio, mientras
en 1960-70, la contribución de la emigración rural-urbana al
crecimiento urbano fue de 36,6%, en 1975-90, se incrementó al 40% de la
nueva población urbana. La contribución al crecimiento metropolitano, en
ambos casos, fue aún mayor (3).En casi todos los países, la
incorporación a las ciudades de emigrantes de zonas rurales acentúa
notablemente la diversidad cultural y, en los países étnicamente
diversos, como Estados Unidos o Brasil, la diversidad étnica.
África
La globalización también ha suscitado importantes desplazamientos de
población entre países, aunque las migraciones internacionales
presentan un patrón complejo que no sigue las visiones estereotipadas de
la opinión publica. Así, casi la mitad de los 80 millones de
internacionales de todo el mundo están concentrados en África
subsahariana y Oriente Medio (4). Unos 35 millones de migrantes se
encuentran en el África subsahariana, representando un 8% de su
población total. Dichos movimientos migratorios en África son de dos
tipos: por un lado, migraciones de trabajadores, encaminados a los
países de mayor dinamismo económico, en particular a Sudáfrica, Costa de
Marfil, Gambia y Nigeria. Por otro lado, amplios desplazamientos de
refugiados del hambre, la guerra y el genocidio, en el Sahel, en el
cuerno de África, en Mozambique, en Ruanda y Burundi, entre otras zonas:
tan sólo en 1987 se estimaban en 12,6 millones de personas el numero de
desplazados por guerras o catástrofes en África (5).
En Asia, Malasia es el país de mayor inmigración, con casi un millón
de trabajadores extranjeros, en general procedentes de Indonesia. Japón
cuenta también con cerca de un millón de extranjeros recensados y
varios miles de trabajadores ilegales cuyo número se está incrementando
rápidamente, si bien la mayoría de los extranjeros son coreanos que
viven en Japón desde hace varias generaciones. Singapur cuenta con unos
300.000 inmigrantes, lo que representa una alta proporción de su
población, y Hong Kong, Corea y Taiwan, con contingentes inferiores a
los 100.000 cada uno. Sin embargo, en la medida en que se acentúe el
desarrollo de estos países y aumente la presión demográfica en China,
India e Indonesia, es de esperar un aumento de las migraciones
internacionales, además del incremento de migraciones rurales-urbanas en
toda Asia. Así, Japón en 1975 contaba con un inmigración anual de unos
10.000 extranjeros, mientras que en 1990, dicha cifra se había
incrementado hasta unos 170.000 por año, la mayoría procedentes de Corea
(6).
América latina
América latina, tierra de inmigración durante el siglo XX, ha ido
convirtiéndose en área de emigración. Así, durante el período 1950-64,
la región en su conjunto tuvo un saldo neto de migraciones de + 1,8
millones de personas, mientras que en 1976-85, el saldo fue negativo: -
1,6 millones. Los cambios más significativos fueron la reducción
drástica de la inmigración en Argentina y el fuerte aumento de
emigración en México y América Central, en particular hacia Estados
Unidos. Los movimientos inmigratorios latinoamericanos en este fin de
siglo proceden generalmente de otros países latinoamericanos. Así, en
Uruguay en 1991, del total de extranjeros residentes, el 40% eran de
Argentina, el 29% de Brasil y el 11% de Chile. La mayor proporción de
población extranjera se da en Venezuela (7,2%), seguida de Argentina
(6,8%).
En los países más desarrollados, en Europa Occidental y en Estados
Unidos, existe entre la población el sentimiento de una llegada sin
precedentes de inmigrantes en la última década, de una auténtica
invasión en la terminología de algunos medios de comunicación. Sin
embargo, los datos muestran una realidad distinta, variable según países
y momentos históricos (7). Es cierto que el desarrollo desigual a
escala mundial, la globalización económica, cultural y de sistemas de
transporte favorecen un intenso trasiego de poblaciones. A ello hay que
añadir los éxodos provocados por guerras y catástrofes, así como, en
Europa, la presión de poblaciones de los países del Este que ahora
disfrutan de la libertad de viajar al tiempo que sufren el impacto de la
crisis económica. Pero los controles de inmigración, el reforzamiento
de las fronteras entre los países de la OCDE y el resto del mundo, la
reducida creación de puestos de trabajo en Europa y la xenofobia
creciente en todas las sociedades, representan obstáculos formidables
para el trasvase de población que podría resultar de las tendencias
aludidas. Veamos pues cual es el perfil real de las migraciones
recientes del Sur y el Este al Norte y al Oeste.
Estados Unidos
En Estados Unidos, sociedad formada por oleadas sucesivas de
inmigración, se ha producido efectivamente un importante incremento de
inmigrantes en números absolutos desde la reforma de la ley de
inmigración en 1965, autorizando la inmigración por reunificación
familiar. Pero aun así, los actuales niveles de inmigración están muy
por detrás de la punta histórica alcanzada entre 1905 y 1914 (año en que
llegaron 1,2 millones de inmigrantes a Estados Unidos). Más aun, en
términos de proporción de la población, en 1914 esos 1,2 millones eran
equivalentes al 1,5% de la población, mientras que el total de
inmigrantes de 1992 sólo representó el 0,3% de la población. Ahora bien,
lo que ha cambiado substancialmente es la composición étnica de la
inmigración, que en lugar de provenir de Europa y Canadá, procede ahora,
en su gran mayoría, de México, el Caribe y otros países
latinoamericanos y Asia.
Un fenómeno semejante ha tenido lugar en los otros dos países que se
caracterizan, junto con Estados Unidos, por tener la mayor proporción
de inmigrantes extranjeros en su población, Canadá y Australia. En
Canadá, en 1992, más del 40% procedían de Asia, en particular de Hong
Kong, y tan sólo un 2,8% del Reino Unido. Vancouver, la tercera ciudad
canadiense, ha sido transformada en la ultima década por la llegada de
110.000 chinos de Hong Kong, elevando la proporción de población china
al 27% de los residentes de la ciudad. Por cierto, dicha inmigración ha
supuesto un influjo de 4.000 millones de dólares por año en la economía
local. En cuanto a Australia, en los años noventa, el 21% de la
población nació en el extranjero y el 40% tiene al menos un padre que
nació en el extranjero. De los nuevos inmigrantes llegados a Australia
en 1992, el 51% procedían de Asia.
Europa
Europa Occidental presenta una panorama diversificado en lo que se
refiere a movimientos migratorios. Utilizando como indicador el
porcentaje de población residente extranjera sobre la población total y
observando su evolución entre 1950 y 1990, podemos constatar, por
ejemplo, que Francia e Inglaterra tenían una menor proporción de
población extranjera en 1990 que en 1982, mientras que Bélgica y España
apenas había variado (de 9,0 a 9,1%, y de 1,1 a 1,1%). Si exceptuamos el
caso anómalo de Luxemburgo, el único país europeo cuya población
extranjera supera el 10% es Suiza, también un caso especial por el alto
grado de internacionalización de su economía. Y la media para el total
de la población europea es tan sólo de un 4,5% de extranjeros. Los
incrementos significativos durante la década de los ochenta se dieron
fundamentalmente en Alemania, Austria, Holanda y Suecia,
fundamentalmente debidos al influjo de refugiados del este de Europa.
Pero también este influjo parece ser mucho más limitado de lo que temían
los países europeos occidentales. Así, por ejemplo, un informe de la
Comisión Europea en 1991 estimaba que 25 millones de ciudadanos de Rusia
y las repúblicas soviéticas podrían emigrar a Europa occidental antes
del año 2000. Y sin embargo, a mediados de los años noventa, se estima
que la emigración rusa oscila en torno a las 200.000 personas por año, a
pesar de la espantosa crisis económica que vive Rusia. La razón, para
quienes conocen los mecanismos de la emigración, es sencilla: los
emigrantes de desplazan mediante redes de contacto previamente
establecidas. Por eso son las metrópolis coloniales las que reciben las
oleadas de inmigrantes de sus antiguas colonias (Francia y el Magreb); o
los países que reclutaron deliberadamente mano de obra barata en países
seleccionados (Alemania en Turquía y Yugoslavia) los que continúan
siendo destino de emigrantes de esos países. En cambio, los rusos y
ex-soviéticos, al haber tenido prohibido el viajar durante siete décadas
carecían y carecen de redes de apoyo en países de emigración, con la
excepción de la minoría judía que es precisamente la que emigra. Así,
dejar familia y país lanzándose al vacío de un mundo hostil sin red de
apoyo es algo que sólo se decide masivamente cuando una catástrofe
obliga a ello (la hambruna, la guerra, el nazismo).
Ahora bien, si los datos señalan que la inmigración en Europa
occidental no alcanza proporciones tan masivas como las percibidas en la
opinión publica, ¿por qué existe ese sentimiento? Y, ¿por qué la alarma
social? Lo que realmente está ocurriendo es la transformación creciente
de la composición étnica de las sociedades europeas, a partir de los
inmigrantes importados durante el período de alto crecimiento económico
en los años sesenta. En efecto, las tasas de fertilidad de los
extranjeros son muy superiores a las de los países europeos de
residencia (salvo, significativamente, en Luxemburgo y Suiza, en donde
la mayoría de extranjeros son de origen europeo). Por razones
demográficas el diferencial de fertilidad continuará incrementándose con
el paso del tiempo. Esta es la verdadera fuente de tensión social: la
creciente diversidad étnica de una Europa que no ha asumido aun dicha
diversidad y que sigue hablando de inmigrantes cuando, cada vez más, se
trata en realidad de nacionales de origen étnico no-europeo. El
incremento de población en el Reino Unido entre 1981 y 1990 fue de tan
sólo el 1% para los blancos, mientras que fue del 23% para las minorías
étnicas. Aun así, los blancos son 51,847 millones, mientras que las
minorías tan sólo representan 2,614 millones. Pero existe una clara
conciencia del proceso inevitable de constitución de una sociedad con
importantes minorías étnicas, del tipo norteamericano. Algo semejante
ocurre en los otros países europeos. Dos tercios de los extranjeros de
Francia y tres cuartas partes de los de Alemania y Holanda son de origen
no europeo. A ello hay que añadir, en el caso de Francia, la proporción
creciente de población de origen no europeo nacida en Francia y que
tienen derecho a nacionalidad al alcanzar los 18 años.
Puede ocurrir también, como es el caso en Alemania, que la ley
niegue el derecho de nacionalidad a quienes nazcan en territorio
nacional de padres extranjeros, situación en las que se encuentran
centenares de miles de jóvenes turcos que nunca conocieron otra tierra
que Alemania. Pero el costo de dicha defensa a ultranza de la
nacionalidad autóctona es la creación de una casta permanente de no
ciudadanos, poniendo en marcha un mecanismo infernal de hostilidad
social.
Un factor adicional es importante en la percepción de una diversidad
étnica que va mucho más allá del impacto directo de la inmigración: la
concentración espacial de las minorías étnicas en las ciudades,
particularmente en las grandes ciudades y en barrios específicos de las
grandes ciudades, en los que llegan a constituir incluso la mayoría de
la población. La segregación espacial de la ciudad a partir de
características étnicas y culturales de la población no es pues una
herencia de un pasado discriminatorio, sino un rasgo de importancia
creciente, característica de nuestras sociedades: la era de la
información global es también la de la segregación local.
Diversidad étnica, discriminación social y segregación urbana
En todas las sociedades, las minorías étnicas sufren discriminación
económica, institucional y cultural, que suele tener como consecuencia
su segregación en el espacio de la ciudad. La desigualdad en el ingreso y
las prácticas discriminatorias en el mercado de vivienda conducen a la
concentración desproporcionada de minorías étnicas en determinadas zonas
urbanas al interior de las áreas metropolitanas. Por otro lado, la
reacción defensiva y la especificidad cultural refuerzan el patrón de
segregación espacial, en la medida en que cada grupo étnico tiende a
utilizar su concentración en barrios como forma de protección, ayuda
mutua y afirmación de su especificidad. Se produce así un doble proceso
de segregación urbana: por un lado, de las minorías étnicas con respecto
al grupo étnico dominante; por otro lado, de las distintas minorías
étnicas entre ellas. Naturalmente, esta diferenciación espacial hay que
entenderla en términos estadísticos y simbólicos, es decir, como
concentración desproporcionada de ciertos grupos étnicos en espacios
determinados, más que como residencia exclusiva de cada grupo en cada
barrio. Incluso en situaciones límite de segregación racial urbana, como
fue el régimen del apartheid en Sudáfrica, se puede observar una fuerte
diferenciación socio-espacial, en términos de clase, a partir del
momento en que se desmantela la segregación obligatoria
institucionalmente impuesta.
El modelo de segregación étnica urbana más conocido y más estudiado
es el de las ciudades norteamericanas, que persiste a lo largo de la
historia de los Estados Unidos y que se ha reforzado en las dos últimas
décadas, con la localización de los nuevos inmigrantes en sus
correspondientes espacios segregados de minorías étnicas, constituyendo
verdaderos enclaves étnicos en las principales áreas metropolitanas y
desmintiendo así en la práctica histórica el famoso mito del melting pot
que sólo es aplicable (y con limitaciones) a la población de origen
europeo (8).Así por ejemplo, en el condado de Los Ángeles, 70 de los 78
municipios existentes en 1970 tenían menos del 10% de residentes
pertenecientes a minorías étnicas. En cambio, en 1990 los 88 municipios
que para entonces componían el condado tenían más del 10% de minorías
étnicas, pero 42 municipios tenían más del 50% de minorías étnicas en su
población (9).
La concentración espacial
El completo estudio de Massey y Denton (1993) sobre la segregación
racial urbana en las ciudades norteamericanas muestra los altos niveles
de segregación entre negros y blancos en todas las grandes ciudades.
Para un índice de segregación absoluta de 100, la media es de 68,3, que
sube hasta una media del 80,1 para las áreas metropolitanas del norte.
Las tres áreas principales se encuentran también entre las más
segregadas: Nueva York, con un índice de 82; Los Ángeles, con 81,1; y
Chicago con 87,8. También el índice de aislamiento de los negros, que
mide la interacción entre los negros y otros grupos negros (100 siendo
el nivel de aislamiento absoluto) refleja altos valores, con una media
del 63,5, que pasa al 66,1 en las áreas del norte y que llega a
registrar en Chicago un índice del 82,8.
La concentración espacial de minorías étnicas desfavorecidas conduce
a crear verdaderos agujeros negros de la estructura social urbana, en
los que se refuerzan mutuamente la pobreza, el deterioro de la vivienda y
los servicios urbanos, los bajos niveles de ocupación, la falta de
oportunidades profesionales y la criminalidad. En su estudio sobre
segregación y crimen en la América urbana, Massey (1995) concluye que la
coincidencia de altos niveles de pobreza de los negros y de altos
índices de segregación espacial crean nichos ecológicos en los que se
dan altos índices de criminalidad, de violencia y de riesgo de ser
víctima de dichos crímenes... A menos que se produzca un movimiento de
desegregación, el ciclo de violencia continuará; sin embargo, la
perpetuación de la violencia paradójicamente hace la desegregación más
difícil porque hace beneficioso para los blancos el aislamiento de los
negros. A saber: aislando a los negros en barrios segregados, el resto
de la sociedad se aísla con relación al crimen y a otros problemas
sociales resultantes del alto índice de pobreza entre los negros. Así,
en los años 90 han decaído, en términos generales, los índices de
criminalidad en las principales ciudades norteamericanas. Entre 1980 y
1992, la proporción del número de hogares americanos que ha sufrido
alguna forma de criminalidad se ha reducido en más de un tercio, pero al
mismo tiempo, la probabilidad para los negros de ser víctimas de un
crimen se ha incrementado extraordinariamente. Los adolescentes negros
tienen una probabilidad nueve veces más alta que los blancos de ser
asesinados: en 1960 morían violentamente 45/100.000, mientras que en
1990 la tasa había pasado a 140/100.000. En su estudio sobre la relación
entre segregación de los negros y homicidio de los negros en 125
ciudades, Peterson y Krivo encontraron que la segregación espacial entre
blancos y negros era el factor estadísticamente más explicativo de la
tasa de homicidios de todas las variables analizadas, mucho más
importante que la pobreza, la educación o la edad (10). Se mata a quien
se tiene cerca. Y cuando una sociedad, rompiendo con sus tradiciones
liberales y con sus leyes de integración racial, adopta la actitud
cínica de encerrar a sus minorías raciales empobrecidas en ghettos cada
vez más deteriorados, provoca la exasperación de la violencia en dichas
zonas. Pero, a partir de ese momento la mayoría étnica está condenada a
vivir atrincherada tras la protección de la policía y a destinar a
policía y a cárceles un presupuesto tan cuantioso como el de educación,
como ya es el caso en el estado de California.
Racismo y segregación
Si bien el racismo y la segregación urbana existen en todas las
sociedades, no siempre sus perfiles son tan marcados ni sus
consecuencias tan violentas como las que se dan en las ciudades
norteamericanas. Así, Brasil es una sociedad multirracial, en la que los
negros y mulatos ocupan los niveles más bajos de la escala social (11).
Pero, aunque las minorías étnicas también están espacialmente
segregadas, tanto entre las regiones del país como al interior de las
áreas metropolitanas, el índice de disimilaridad, el cual mide la
segregación urbana, es muy inferior al de las áreas metropolitanas
norteamericanas. Asimismo, aunque la desigualdad económica está
influenciada por el origen étnico, las barreras institucionales y los
prejuicios sociales están mucho menos arraigados que en Estados Unidos.
Así, dos sociedades con un pasado igualmente esclavista evolucionaron
hacia patrones distintos de segregación espacial y discriminación
racial, en función de factores culturales, institucionales y económicos
que favorecieron la mezcla de razas y la integración social en Brasil y
la dificultaron en Estados Unidos: una comparación que invita a analizar
la variación histórica de una naturaleza humana que no es inmutable.
Ahora bien, lo que sí parece establecido es la tendencia a la
segregación de las minorías étnicas en todas las ciudades y en
particular en las ciudades del mundo más desarrollado. Así, conforme las
sociedades europeas reciben nuevos grupos de inmigrantes y ven crecer
sus minorías étnicas a partir de los grupos establecidos en las tres
últimas décadas, se acentúa el patrón de segregación étnica urbana. En
el Reino Unido, aunque Londres sólo representa el 4,7% de la población,
concentra el 42% de la población de las minorías étnicas. Dichas
minorías, concentradas particularmente en algunos distritos, se
caracterizan por un menor nivel de educación, mayor tasa de paro y una
tasa de actividad económica de tan sólo el 58% comparada con el 80% de
los blancos (12). En el distrito londinense de Wandsworth, con unos
260.000 habitantes, se hablan unas 150 lenguas diferentes. A esa
diversidad étnico-cultural se une el dudoso privilegio de ser uno de los
distritos ingleses con más alto índice de carencias sociales. En
Göteborg (Suecia), el 16% de la población es de origen extranjero y
tiene concentrada su residencia en el nordeste de la ciudad y en las
isla de Hisingen. Zurich, que ha visto aumentar su población de
extranjeros (sobre todo turcos y yugoslavos) del 18% en 1980 al 25% en
1990, concentra el 44% de esta población en las zonas industriales de la
periferia urbana. En Holanda, los extranjeros son tan sólo un 5% de la
población total, pero en Amsterdam, Rotterdam, La Haya y Utrecht dicha
proporción oscila entre el 15% y el 20%, mientras que en los barrios
antiguos de dichas ciudades sube hasta el 50%. En Bélgica la proporción
de extranjeros es del 9%, pero en la ciudad de Anderlecht alcanza el 26%
y en el barrio de La Rosee, el más deteriorado, los extranjeros
representan el 76% de sus 2.300 habitantes (13). En suma, las ciudades
europeas están siguiendo, en buena medida, el camino de segregación
urbana de las minorías étnicas característico de las metrópolis
norteamericanas, aunque la forma espacial de la segregación urbana es
diversa en Europa. Mientras que las banliues francesas configuran
ghettos metropolitanos periféricos, las ciudades centro-europeas y
británicas tienden a concentrar las minorías en la ciudad central, en un
modelo espacial semejante al norteamericano, lo que puede contribuir a
la decadencia de los centros urbanos si no se mejoran las condiciones de
vida de las minorías étnicas en Europa. Por otra parte, la importancia
de las pandillas y el florecimiento de actividades criminales es menos
acentuado en Europa que en Norteamérica. Pero si las tendencias a la
exclusión social continúan agravándose, parece razonable suponer que
situaciones similares conducirán a consecuencias semejantes, salvedad
hecha de las diferencias culturales e institucionales. La ciudad
multicultural es una ciudad enriquecida por su diversidad, tal y como
señaló Daniel Cohn Bendit en su intervención introductoria al Coloquio
de Francfort patrocinado por el Consejo de Europa sobre el
multiculturalismo en la ciudad (14). Pero, como también quedó de
manifiesto en dicho coloquio, la ciudad segregada es la ciudad de la
ruptura de la solidaridad social y, eventualmente, del imperio de la
violencia urbana.
Las poblaciones flotantes en las ciudades
La geometría variable de la nueva economía mundial y la
intensificación del fenómeno migratorio, tanto rural-urbano como
internacional, han generado una nueva categoría de población, entre
rural, urbana y metropolitana: población flotante que se desplaza con
los flujos económicos y según la permisividad de las instituciones, en
busca de su supervivencia, con temporalidades y espacialidades
variables, según los países y las circunstancias. Aunque por su propia
naturaleza el fenómeno es de difícil medida, una corriente de
investigación cada vez más amplia aporta datos sobre su importancia y
sobre las consecuencias que tiene para el funcionamiento y gestión de
las ciudades (15).
Tal vez la sociedad en la que la población flotante alcanza mayores
dimensiones es China durante la última década. Durante mucho tiempo
imperó en China el control de movimientos de población regulado en 1958
en el que cada ciudadano chino estaba registrado como miembro de un
hukou (hogar) y clasificado sobre la base de dicha residencia. Bajo
dicha regulación un cambio de residencia rural a urbana era
extremadamente difícil. Los viajes requerían permiso previo y el sistema
de racionamiento obligaba a presentar en las tiendas o restaurantes los
cupones asignados al lugar de residencia y trabajo. Así, el sistema
hukou fue un método efectivo de controlar la movilidad espacial y
reducir la migración rural-urbana (16). Sin embargo, con la
liberalización económica de China durante los años ochenta la
inmovilidad se hizo disfuncional para la asignación de recursos humanos
según una dinámica parcialmente regida por leyes de mercado. Además la
privatización y modernización de la agricultura aumentó la productividad
y expulsó de la tierra a decenas de millones de campesinos que
resultaron ser mano de obra excedente (17). Imposibilitado de atender
las necesidades de esta población rural económicamente desplazada, el
gobierno chino optó por levantar las restricciones a los movimientos de
población y/o aplicarlas menos estrictamente, según las regiones y los
momentos de la coyuntura política. El resultado fue la generación de
masivas migraciones rural-urbanas en la ultima década, sobre todo hacia
las grandes ciudades y hacia los centros industriales exportadores del
sur de China. Pero dichas ciudades y regiones, pese a su extraordinario
dinamismo económico (de hecho, los centros de más alta tasa de
crecimiento económico del mundo en la última década) no pudieron
absorber como trabajadores estables a los millones de recién llegados,
ni proveerlos con viviendas y servicios urbanos, por lo que muchos de
los inmigrantes urbanos viven sin residencia fija o en la periferia
rural de las metrópolis, y otros muchos adaptan un patrón de migraciones
pendulares estacionales yendo y viniendo entre sus aldeas de origen y
los centros metropolitanos (18). Así Guangzhou (Cantón), una ciudad de
unos seis millones de habitantes, contabilizaba en 1992, un total de
1,34 millones de residentes temporales a los que se añadían 260.000
turistas diarios. En el conjunto de la provincia de Guandong se
estimaban en al menos 6 millones el número de migrantes temporales. En
Shanghai, a fines de los 80 había 1,83 millones de flotantes, mientras
que en 1993, tras el desarrollo del distrito de industrial de Pudong, se
estimaba que un millón más de flotantes habían llegado a Shanghai en
ese año. La única encuesta migratoria fiable de la última década,
realizada en 1986, estimó que en esa fecha el 3,6% de la población de
las 74 ciudades encuestadas eran residentes temporales. Otra estimación a
nivel nacional, evalúa el número de flotantes en 1988, entre 50 y 70
millones de personas. Lo que parece indudable es que el fenómeno se ha
incrementado. La estación central de ferrocarril de Pekín, construida
para 50.000 pasajeros diarios, ve transitar por ella actualmente entre
170.000 y 250.000, según los períodos. El gobierno municipal de Pekín
estima que cada incremento de 100.000 visitantes diarios a la ciudad
consume 50.000 kilos de grano, 50.000 kilos de verduras, 100.000
kilovatios de electricidad, 24.000 litros de agua y utiliza 730
autobuses públicos. Dicho número de visitantes ocasiona 100.000 kilos de
basura y genera 2.300 kilos de desechos de alcantarillado. Las
condiciones de vida de esta población flotante son muy inferiores a las
de la población permanente (19) y son, a la vez, presa fácil del crimen y
refugio de criminales, lo que aumenta los prejuicios contra ellos entre
la población residente. Aunque de menor dimensión que en China, el
fenómeno de la población flotante es característico de la mayor parte
del mundo en desarrollo y en particular de Asia (20). Así en Bangkok, de
los emigrantes llegados la ciudad entre 1975 y 1985, el 25% habían
vivido ya en tres ciudades diferentes y el 77% de los encuestados no
pensaban quedarse en Bangkok más de un año, mientras que sólo el 12% de
los migrantes se habían censado regularmente en su residencia de
Bangkok, indicando una existencia a caballo entre sus zonas de origen y
los distintos mercados de trabajo urbanos. En Java, el Banco Mundial
estimó que en 1984 el 25% de los hogares rurales tenían al menos un
miembro de la familia trabajando en un centro urbano durante una parte
del año, lo que equivalía al 50% de la población activa urbana.
Tendencias similares han sido observadas en Filipinas y Malasia (21). La
amplitud del fenómeno, y su difusión en otras áreas del mundo, hace
cada vez más inoperante la distinción entre rural y urbano, en la medida
en que lo verdaderamente significativo es la trama de relaciones que se
establecen entre el dinamismo de las grandes ciudades y los flujos de
población que se localizan en distintos momentos en distintos tiempos y
con distintas intensidades, según los ritmos de articulación entre
economía global y economía local.
En las ciudades de los países desarrollados también se asiste a un
incremento de población flotante de un tipo distinto. Así, Guido
Martinotti, en un interesante estudio (22) ha insistido en la
importancia de poblaciones de visitantes que utilizan la ciudad y sus
servicios sin residir en ella. No sólo proviniendo de otras localidades
del área metropolitana, sino de otras regiones y otros países. Turistas,
viajeros de negocios y consumidores urbanos forman en un día
determinado en las principales ciudades europeas, (pero también
norteamericanas y sudamericanas) una proporción considerable de los
usuarios urbanos que, sin embargo, no aparecen en las estadísticas ni
son contabilizados en la base fiscal e institucional de los servicios
urbanos que, sin embargo, utilizan intensamente. Tres son los
principales problemas ocasionados por las poblaciones flotantes en la
gestión urbana. En primer lugar, su existencia suscita una presión sobre
los servicios urbanos mayor de lo que la ciudad puede asumir, a menos
de recibir ayudas especiales de los niveles superiores de la
administración, en consonancia con su población real y el uso efectivo
que se hace de su infraestructura. En segundo lugar, la falta de
contabilidad estadística adecuada de dicha población flotante, así como
la irregularidad de sus movimientos, impiden una planificación adecuada
de los servicios urbanos. En tercer lugar, se crea una distorsión entre
las personas presentes en la ciudad y la ciudadanía capaz de asumir los
problemas y el gobierno de la ciudad. Ello es negativo tanto para los
flotantes, carentes de derechos y, en ocasiones, ilegalizados, como para
los residentes que ven rota la solidaridad de la ciudadanía por la
existencia de diferencias de status jurídico y de pertenencia
comunitaria en el seno de la población real de la ciudad. Así pues, el
desarrollo de poblaciones flotantes, directamente relacionado con la
globalización de los flujos económicos y de comunicación, constituye una
nueva realidad urbana para la que todavía no tienen respuesta las
ciudades.
Multiculturalismo y crisis social urbana
En mayo de 1991 se reunieron en Francfort, bajo los auspicios del
Consejo de Europa, representantes de distintos gobiernos municipales
europeos para tratar las políticas municipales para la integración
multicultural de Europa. En la declaración publicada al final de dicha
reunión (23) se constataba que los países europeos, como consecuencia de
décadas de inmigración y emigración, se habían tornado sociedades
multiculturales. Asimismo, en la medida en que los inmigrantes y las
minorías étnicas resultantes se concentraban en las grandes ciudades,
las políticas de tratamiento de la inmigración y de respeto del
multiculturalismo constituían un componente esencial de las nuevas
políticas municipales. Concluían afirmando que sólo una Europa
genuinamente democrática capaz de llevar adelante una política de
multiculturalismo puede ser un factor de estabilidad en el mundo y puede
combatir efectivamente los desequilibrios económicos entre el norte y
el sur, el este y el oeste, que conducen a la emigración desordenada
(p.167). Una constatación similar puede hacerse en la sociedad
norteamericana y con relación al mundo en general. Y sin embargo, las
reacciones xenófobas en todos los países y el incremento del racismo y
el fanatismo religioso en todo el mundo no parecen augurar un fácil
tratamiento de la nueva realidad urbana. Los inmigrantes, y las minorías
étnicas, aparecen como chivos expiatorios de las crisis económicas y
las incertidumbres sociales, según un viejo reflejo históricamente
establecido, explotado regularmente por demagogos políticos
irresponsables. Aun así, la terca nueva realidad de una economía global
interdependiente, de desequilibrios socioeconómicos y de la reproducción
de minorías étnicas ya residentes en los países más desarrollados hacen
inevitable el multiculturalismo y la plurietnicidad en casi todo el
mundo. Incluso Japón, una de las sociedades culturalmente más homogéneas
en el mundo, está experimentando un rápido aumento de su población
extranjera, mientras que se asiste al crecimiento de los yoseba
(trabajadores ocasionales sin empleo ni residencia fija) y a su
localización espacial temporal en ghettos urbanos, como el de Kamagasaki
en Osaka. Hay quienes piensan, incluidos los autores de este libro, que
la plurietnicidad y la multiculturalidad son fuentes de riqueza
económica y cultural para las sociedades urbanas (24). Pero incluso
quienes estén alarmados por la desaparición de la homogeneidad social y
las tensiones sociales que ello suscita deben aceptar la nueva realidad:
nuestras sociedades, en todas las latitudes, son y serán
multiculturales, y las ciudades (y sobre todo las grandes ciudades)
concentran el mayor nivel de diversidad. Aprender a convivir en esa
situación, saber gestionar el intercambio cultural a partir de la
diferencia étnica y remediar las desigualdades surgidas de la
discriminación son dimensiones esenciales de la nueva política local en
las condiciones surgidas de la nueva interdependencia global.
* Manuel Castells nació en España, más
precisamente en Albacete, en 1942. Muchas veces ha comparado su extensa
obra con su propia y agitada vida personal. De origen catalán, tuvo que
exiliarse de la España de Franco con tan solo 20 años. Francia se
convirtió en su país de adopción. Allí acabó sus estudios de Derecho y
Economía y se doctoró en Sociología por la Universidad de París en 1967.
Ha publicado 21 libros entre los que destaca la monumental triología La
Era de la Información: Economía, Sociedad y Cultura (1996 -2000), que
ha sido traducida a 18 idiomas. Esta obra causó un gran impacto en el
mundo académico y, por extensión, también en el político. En sus 1.500
páginas establecía la primera cartografía global de los nuevos tiempos,
una sociedad que galopa a través de las nuevas tecnologías hacia un
proceso de globalización irreversible. Suyos son también títulos como La
cuestión urbana (1976), Crisis urbana y cambio social (1981), La ciudad
y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos (1986), La
ciudad informacional (1989), Tecnópolis del mundo: la formación de los
complejos industriales del siglo XXI (1994), La sociedad red (1996) o
Local y global: la gestión de las ciudades en la era de la información
(1997). Por el momento Castells vive en Berkeley con su esposa, Emma
Kiselyova. Tienen dos hijas y tres nietos a los que no conocemos pero
seguramente lo llevan de orgullo.
*Jordi Borja nació en 1941 en Barcelona. Es
geógrafourbanista.y consultor internacional y profesor universitario.
También es Director de Urban Technology Consulting S.L. Estudió Derecho y
Ciencias Políticas (Barcelona -Madrid, Licenciado). Sociología (París,
licenciado) Geografía (París, licenciado) Urbanismo (París, master). Sus
publicaciones más recientes son: La ciudad conquistada. Alianza
Editorial, Madrid 2003; El urbanismo de las ciudades españolas. Una
visión crítica. (editor con Z. Muxí), UPC Barcelona; LŽurbanistica per
le città dellŽAmerica Latina en La città inclusiva, ed. Marcello Balbo,
Franco Angeli, Milano y Ciudadanía europea.,con la colaboración de M.
Àngels Espuny, Valerie Peugeot, y Genevieve Dourthe Serra.
Referencias bibliográficas
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(2). G. Papademetriou y P. Martín (eds) (1991) “The unsettled
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Greenwood Press. UNDIESA (United Nations Department for International
Economic and Social Affairs) (1991) “World Urbanization Prospects:
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Prospects”, Londres: Sage Publications.
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quality of employment”, International Labour Review, 2, 1994.
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Washington DC: World Bank, 1990.
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(7). Peter Stalker, op. cit.
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(10). Ruth Peterson y Lauren Krivo (1993) “Racial Segregation and black urban homicide”, en “Social Forces”, 71.
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(12). Trevor Jones (1993) “Britain’s Ethnic Minorities”, Londres: Policy Studies Institute.
(13). Consejo de Europa (1993) “Europe 1990-2000: Multiculturalism
in the city, the integration of immigrants” Estrasburgo, Studies and
Texts, n 25, Consejo de Europa, 1993.
(14.) Consejo de Europa, op. cit.
(15.) Sidney Goldstein (1993), en Kasarda y Parnell, op. cit.
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(16).Linda Wong, op. cit.
(17). Richard Kirkby (1985) “Urbanization in China”, Londres: Oxford University Press.
(18). Lincoln Day y Ma Xia (eds,) “Migration and Urbanization in China”, Armonk, Nueva York: M.E. Sharpe, 1994.
(19). Sidney Goldstein (1993), en Kasarda y Parnell, op. cit.
(20). Lincoln Day y Ma Xia, op. cit.
(21). Corner, 1994.
(22). Martinotti, G. “Metropoli. La nuova morfologia sociale della citt”. Il Mulino, Bologna, 1993.
(23). Consejo de Europa, op. cit.
(24). Aleksandra Alund y Carl-Ulrik Schierup (1991) “Paradoxes of multiculturalism”, Aldershot: Avebury.
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